lunes, 13 de abril de 2009

TimeHunting, recepciones y porterías

El otro día cenando con amigos debatíamos acerca de las tareas que debe o no desempeñar alguien que trabaja en la recepción de unas oficinas. La mayor parte de quienes discutíamos sobre el tema nos dedicamos a profesiones que no dependen tanto de un horario sino de un volumen de trabajo que tenemos que tener terminado al final del día. Somos del tipo de trabajadores que no tenemos tiempos muertos y que nos prometemos una y otra vez “hoy sí pienso llegar pronto a casa.” Aunque rara vez cumplimos la promesa.

El "equipo A" se quejaba de la falta de iniciativa de la mayoría de recepcionistas quienes pasan las horas desocupadas pues eso, desocupadas. El "equipo B", por el contrario, comentaba que fingir que se trabaja es un hecho bastante absurdo y que lo verdaderamente importante es que estas personas se ocupen de sus tareas, que suelen implicar estar disponibles en todo momento por si suena un teléfono o si alguien entra por la puerta, y que poco importa en qué ocupan su tiempo muerto.

Todo esto me recuerda a la entrañable recepción de las oficinas donde trabajaba en Madrid. Toñi se pasaba el día comiendo pipas, fumando y haciendo ganchillo. Tenía la pared del cubículo forrada con las fotos de su perrita, un caniche blanco cuyo nombre no recuerdo. Discutía día sí y día también a grito pelado con el “Boyano”, su jefe y el responsable de que la administración de las oficinas funcionara bien.

En realidad, cuando uno entraba en aquellas oficinas por primera vez, más que en una multinacional química parecía entrar en una película de Almodóvar. Estoy segura de que si Pedro hubiese pisado alguna vez las oficinas de Cerro del Castañar hubiese denunciado a la empresa por plagio, y es que Toñi era sin duda el vivo retrato de una chica Almodóvar.

A mí me encantaba Toñi, aunque no se me hubiese ocurrido en la vida pedirle nada porque en un 99% de las ocasiones me hubiese gruñido: “Hum, ¿cómo? Ese no es mi trabajo.” Y en parte tenía razón. Sin embargo, me asombraba y me sigue sorprendiendo la cantidad de maneras que tiene uno de perder el tiempo. Yo soy de la clase de personas que aprovecha para hacer una llamada entre reunión y reunión. Suelo revisar mis emails mientras hablo por teléfono, cuando voy al médico llevo siempre un buen libro en el bolso y no sé ver la tele si no aprovecho para hacer otra cosa: ya sea planchar, organizar mis CD’s o cortarme las uñas. Si es que hasta tengo prensa atrasada en el baño por si el asunto requiere más tiempo de lo habitual. Vamos, que suelo “multitarear”, o como diríamos los profesionales del marketing, practico el multitasking. Por eso me cuesta comprender el tiempo muerto…yo pensaba que eso no existía, ya que si así fuera cotizaría en el mercado de valores.

Cuando empezamos la aventura de TimeHunting bromeábamos con la idea de trabajar desde una portería. En un edificio cercano a nuestro despacho buscaban porteros/as y pagaban 1.200 € netos al mes por recoger el correo, saludar a los vecinos y cargar las bolsas de simpáticas ancianitas. Sería como alquilar una mesa de despacho en la zona alta de Barcelona, pero cobrando. Sólo teníamos que disfrazarnos de porteras, igual que la protagonista en La Elegancia del Erizo pero en vez de disfrutar de la lectura, de la música o de la mera observación de la gente haríamos TimeHunting. Aún lo estamos deliberando.